La luz (Isabel Guerra)

La luz (Isabel Guerra)

Hace ya un tiempo que tengo este blog preparado, aunque sin estrenar – y de momento hasta sin amueblar, como podéis ver -, para recoger en él aquello que deseo expresar pero cuyo lugar no es el espacio de La Casa de Gestalt, ni el ámbito del Guerrero Interior, ni el del Viajero que abandonó su Mapa. Cosas mías. Cosas para las que, por lo visto, al final nunca llega la hora.

Hoy empiezo por una cuestión de honor.

El sábado pasado, con motivo del Día internacional de la Mujer, los componentes del Grup de Poesia ALGA participamos en un recital poético en Castelldefels – iniciativa del Grup Movem – en el que compartíamos algunos poemas nuestros y, sobre todo, poemas de mujeres que con frecuencia han sido poco recordadas, cuando no olvidadas, a pesar de su calidad. He de deciros que, entre ellas, había seis con las que creo que no me había encontrado nunca, y tres más también desconocidas para mí sobre las que mi amiga Lucía León y yo estuvimos indagando y que no llegamos a incluír en el recital (son muchas las poetas olvidadas…). Para mí ha sido una experiencia preciosa buscarlas, hallarlas, investigarlas, descubrirlas, disfrutarlas y participar con admiración y respeto en el acto de mostrarlas. Me ha entusiasmado. Tanto que, cuando se aproximaba el acto poético, me lié a invitar a amigos, incluidos algunos que seguramente estarían demasiado lejos para asistir pero quién sabe, hay casualidades y además los hay que en ocasiones se pasan por Barcelona…

El martes anterior al recital, mi amigo Pedro (uno de los que a veces visitan Barcelona, pero justo ésta no) me propuso que colgara en Facebook el día 11 «lo que hubiera leído el día 10». Me dio un poco de vértigo porque esto incluía uno de mis poemas y lo cierto es que, para mí, no es lo mismo leer algo propio ante un grupo de personas amantes de la poesía, que se han reunido para compartir poemas y escucharlos, que lanzarlo a un mundo más ancho y más frío en el que no existe este ambiente especial. Esto lo hago en muy pocas ocasiones, entre las que se encontró – por cierto – el pasado día 8 de marzo. Accedí. Agradezco a mis camaradas Jorge Stoysic, Goya Gutiérrez, Ignacio Gamen, Irene Ríos, Rosa Creixell (la poesía de Rosa la encontraréis más fácilmente en El Guerrero Interior porque en su página de Facebook se entremezcla con la mucha y bella poesía ajena que nos ofrece), Juana Gallardo y María Teresa Blasco Quílez (Iubira Once del Delta)  la generosidad con la que comparten sus poemas y su pasión por la literatura en Internet, que me inspira para sacudirme un poco esta recatada tacañería.

Así que, antes de que la vorágine de la vida diaria me trague como acostumbra, os voy a dejar aquí, porque así le dije a Pedro que lo haría, los poemas que leí el sábado. También me gustaría ir hablándoos, en otros momentos, de otros poetas – a algunos de ellos me he referido en este escrito -, con más espacio, con más tiempo…

Presenté a María Elvira Lacaci. Fue la primera mujer en ganar el Premio Adonais de Poesía, en 1956, y una voz relevante en la poesía social española de la posguerra. Lo que he averiguado sobre ella (y algunas vicisitudes que fueron necesarias para averiguarlo, ya que es una mujer particularmente invisible), os lo contaré – espero – otro rato con la tranquilidad que creo que ella se merece que le dedique. Elegí estos dos poemas suyos:

A LA POESÍA

Me siento vagabunda de las Letras.
Quiero comer mi pan con el mendigo.
Beber vino de todos.
Tomar el sol
tendida
sobre la hierba húmeda.
Tener una guitarra
con cuerdas de latidos, entregados.
Tocarla por los pueblos.
Que los hombres –de colores distintos–
bailen al son de ella
con sus modales
toscos
y su verdad sencilla
a flor de labio.

ÁRBOL ENAMORADO

Se llamaba Dolor
y era un extraño
árbol enamorado sin viscosas resinas de deseos umbríos.

Se llamaba Dolor, Elvira, a veces.
Y era el Norte de Dios.
Pero sus hojas
se desprendían lentas hacia el suelo.

Era un extraño árbol. Sin raíces
ni savia. Aladamente
arrastraba su tronco carcomido
sobre la tierra.

Sobre la tierra que impaciente,
despiadadamente,
empezaba a girarle por las venas.
A gritarle en su giro,
raudo y rojo,
su ineludible puesto. Allí. En la Nada.

Del libro “Al Este de la ciudad” (1963)

Y también leí un poema mío, que es el que sigue:

EL NOMBRE DE LAS COSAS

Ante mí y ante el brillo de mi mundo,
ellas tenían posturas delicadas,
palabras cantarinas, aleteo
de pestañas, ojos de cervatillo
y risas deliciosas de verdad.

Yo, una mirada fija
que atravesaba el cráneo,
preguntas como pistoletazos,
respuestas excavadas largo tiempo.

No envidiaba su suerte,
mas tampoco la mía:
la vida
se presentaba fría, en cualquier caso.

Fue un camino muy largo,
hasta encontrar el nombre de las cosas.

No soy una flor. Soy un animal,
un animal pensante, apasionado,
cabalgando en el ritmo de la luna,
capaz de resistir, y de esperar,
y de morir, y de reinventarse.

Un animal guerrero,
hacedor de poemas y de historias,
a veces místico,
otras, quizá las mismas,
terrenal hasta el eje de los huesos.
Siempre amante, eso sí.

Dado que mujer, esto es ser mujer
a mi manera. Sin deudas. Es lo cierto.

Cuando pude entenderlo,
descubrí, divertida, que tenía
posturas delicadas,
palabras cantarinas, aleteo
de pestañas, ojos de cervatillo
y risa deliciosa de verdad.

De verdad que me gustaría ir compartiendo poco a poco, en este planeta virtual que tanto habitamos, esa pasión por la escritura en general y por la poesía en particular con aquellos de vosotros que también la experimentáis. Y os agradezco a todos los que ya lo hacéis el camino trazado.

Gracias, Pedro, por el reto, que me ha puesto las pilas… no sabemos a qué velocidad 😉

Marian Quintillá