Música solar (Remedios Varo, 1955)

Música solar (Remedios Varo, 1955)

Acabo de regresar a casa al final de este segundo día del Festival de poetAs 2019 «Otro modo de ser es posible». Un festival impactante por la calidad, el amor y el cuidado con el que está hecho, que os recomiendo francamente a cuantos os gusta la poesía (si no llegáis a las lecturas de mañana, siempre queda estar al tanto de la próxima edición). He tenido el placer y el privilegio de presentar tres poemas míos junto a Goya Gutiérrez Lanero, Lucía León y Bernardita Maldonado. Y además, el regalo de tener a Rosa Creixell entre la gente amante de la poesía que nos acompañaba y escuchaba.

Rosa me ha hecho notar que comparto en Internet muchos más poemas de otra gente que míos. Siempre digo que lo voy a hacer, después lo dejo para «cuando tenga tiempo»… y ese tiempo pocas veces llega. Me sigue pareciendo una tacañería mientras tantos de vosotros, amigos poetas, ofrecéis día tras día tanto de lo que escribís… que yo disfruto y comparto.

Así que vaya por delante la versión revisada del primero de los poemas míos que he presentado hoy, trece de septiembre de 2019, en el Festival de poetAs. Se titula Tríptico de la cordura. Para mí, será muy bonito si nos encontramos en él:

Tríptico de la cordura

                    I

Qué le importa a la tierra
si la recorren dinosaurios, tigres
o cucarachas postapocalípticas,
si es un planeta azul
o una terrosa bola despoblada que gira
suspendida en el éter.

Únicamente
con el antropocentro consciente
de nuestro corazón
podemos escuchar el grito
tembloroso
en el alma del mundo
y sentir la nostalgia
de los sapos dorados,
de los bucardos de los Pirineos,
de los rinocerontes negros del África,
por ejemplo.

Insomne, nuestra humana compasión
encuentra abominables las hambrunas,
los cadáveres amontonados,
las desoladas lomas que fueron bosques negros
antaño.

Fuimos tensados antes de nacer
como cuerdas de un arpa
para vibrar al paso de los dedos
del cosmos.

Si le importa a la tierra
ser cubierta por junglas o glaciares,
bailoteada por mutantes o monos,
tan sólo lo intuiremos porque nuestros ojos
se llenarán de lágrimas.

Ni expolios ni soflamas
lograrán hacer nuestro
lo que desde el principio
sabe que somos suyos.

                    II

Estaban al alcance de la mano
los aterciopelados embriones de almendra,
los saquitos de néctar de los pétalos
de las rosas,
hundíamos los pies en la nieve
en invierno,
y en otoño
nos arañaban los tobillos
los rastrojos de oro de las eras.

Y nadie tenía miedo
de que anduviéramos, niñas solas,
por el campo.

Llevábamos la bolsa de la compra
colgada del brazo.
Los tenderos
envolvían en papel de estraza
el jamón
en papel encerado
el queso.
Nos ponían rebanadas de pan, vino y azúcar
y tirar la comida era el peor delito.

En verano
salíamos a jugar por la noche,
a la fresca,
mientras nuestros mayores conversaban en corros.

Después vino la prisa,
el exceso,
las murallas de restos,
desistir de querer arreglar,
comer para tapar la pena,
comprar para llenar los huecos.

La gente mala,
los puentes rotos,
los niños muertos.

Ya sé que no pue sólo así,
ni siempre así,
pero creedme,
el vacío, la locura y el miedo
llegaron juntos,

                  III

Quién podrá curarnos el corazón
para que nuestra herida destile miel y no amargura
y dejemos de envenenar el agua
que damos a beber.

De la sangre, a la larga, sólo brota más sangre.
Tantas y tantas veces…

En el jardín, las flores crecen doloridas,
se abren con generosa insensatez, tenaces en seguir
derramando belleza
bajo todos los cielos,
empecinadas en volverse fruto.

No les importa el riesgo.

A veces, encontraba hielo en los charcos
por la mañana
y volvía a ser niña
haciéndolo crujir bajo mi suela.

Yo también guardo la memoria:
no va a ser cosa de un momento.

Sólo dentro se encuentra el secreto
de los artificieros
para que el corazón no estalle
en voraz presunción
ante el bárbaro espejo del mundo
y reanude de nuevo,
con amor y poder,
su latido.

                                                       Marian Quintillá