Safe Harbor (Vladimir Kush)

Este poema nunca habría podido imaginarlo de niña. Tampoco de adolescente. Supongo que ha de pasar mucha agua por el río para poder comprender la naturaleza de la herida y el grado de esclavitud que ocasiona el resentimiento, que a menudo resulta más destructivo y más duradero que el propio daño, y que además nos vincula indefinidamente.

Hacemos lo que podemos. Probablemente no podemos ir más deprisa, sólo procurar no ir más despacio. Y contemplar con amor este incómodo misterio.

En 2020, no pudimos reunirnos para presentar ni el número de primavera de la Revista de Literatura ALGA ni el de otoño. Este poema salió publicado en el número 83, el de otoño. Lo escribí en agosto de 2019, antes de que supiéramos nada del COVID.

Ojalá este año sí que podamos disfrutar de alguna de esas fiestas.

Los asesinatos que no cometí

Los asesinatos que no cometí
embozan los barrancos de mi cuerpo,
serpentean por negras minas abandonadas,
enturbian mis lagunas,
en ocasiones
retraen las grietas ardientes
en cicatrices
que duelen
si se rozan.

Algunos sólo fueron fiebres de estío,
o desgarrones que hallaron cura,
y ésos pasaron.
Otros, los llevo

sabiendo que me alojo,
cómo no,
en por lo menos tantas misericordias
imperfectas
como las que yo abrazo.

Nadie me robó el alba transparente.
Yo decidí agarrar las riendas
y tragarme el veneno
que deforma los cuerpos de las ninfas
y templa los espíritus.

Y mientras las tardas pozas de cieno
transmutan lentamente la infección en mantillo,
quizá sin rematarlo nunca,
en las tranquilas horas de nuestras existencias enlazadas
continúo llevando el dulce peso
de haberos dejado con vida,
enemigos míos.

Marian Quintillá