No te ha quedado nada por entregarnos, querido Marcelo.

Empezando por el amor, que se está manifestando en forma de un alud de voces y recuerdos desde el momento en el que el pasado sábado 16 de marzo se fue extendiendo la inesperada noticia de tu muerte (ese hachazo, si me lo permites). Cuántos hemos cabido en tu corazón. Ni me lo imagino. Y en cuántos de nuestros corazones se ha hecho hueco – sin pretenderlo, sospecho – tu presencia generosa y humilde como lo hace un tesoro.

Nos vamos consolando, cuidándonos unos a otros sabiendo, sin necesidad de decírnoslo, que todos te hemos perdido porque a todos te nos diste con esa pureza luminosa. Y en este amor sencillo, verdadero, en este dolor compartido, hoy nos amamos.

También me atreveré a decir que nos has hecho mejores. Como en general sucede con lo auténtico, tu compasión, tu respeto, tu ausencia de juicio, tu sabiduría, tu delicadeza, tu claridad, tu sentido del humor, tu libertad, tu frescura… han sido tremendamente contagiosos. Esa mirada desnuda de limitaciones preconcebidas que ha hecho que los milagros fueran una y otra vez, no sólo posibles, sino probables.

Tú les has dado existencia. Y muchos hemos encontrado dentro de nosotros el camino a algo de todo eso sintonizando contigo.

Te conocí en el curso 1995-96, mientras iniciaba mi Formación en Gestalt. En otoño de 1996 empecé a hacer contigo mi proceso personal, en el que me acompañaste a lo largo de muchos años y de muchos acontecimientos fundamentales. Inesperadamente, las circunstancias favorecieron que pudiera seguir aprendiendo de ti desde muy cerca en compañía de Raúl y Esperanza. Un tiempo más tarde, fascinadas, Nela y yo quisimos profundizar en cómo trabajabas y, durante años, Ricardo, ella y yo estuvimos compartiendo juntos contigo lo que ha sido una de las experiencias más entrañables, transformadoras y sencillamente luminosas de mi vida.

A través del tiempo y las circunstancias, nuestra relación iba cambiando con la naturalidad con la que tú sabías hacer ese tipo de transiciones. Sin apenas darme cuenta, estábamos siendo amigos.

Querido Marcelo, son casi treinta años, muchos recuerdos y muchas vivencias tremendamente personales. Como creo que nos está sucediendo a muchos estos días, no hay palabras, pero paradójicamente leer las palabras de estas personas para las que ha sido tan importante su encuentro contigo me consuela.

Si tuviera que elegir algo de entre todo esto, te diría que me has dado corazón.

Y hablando de esto del corazón, hay algo que no puedo dejar de decir en este día. Creo sinceramente que, a lo largo de tu vida, has estado bendecido con el don de la genialidad. Que tu inteligencia no sólo ha sido grande y profunda sino libre, creativa, poliédrica, capaz de mirar desde ángulos inesperados y de llegar a captar claves esenciales a menudo ocultas a plena luz. Tu has visto lo que no se veía, has dilucidado lo que no era evidente entender, nos has sorprendido una y otra vez con esas certeras comprensiones tuyas que se nos escapaban y nos has inspirado para sacudir los límites de nuestra mente.

Has tenido una manera coherente y distinta de pensar, concebir, percibir la realidad y devolvérnosla metamorfoseada.

Creo sinceramente que has sido un genio y que muchos de nosotros lo hemos experimentado de tal manera que hace mucho tiempo que no nos cabe la menor duda.

Y cuando alguien tan evidentemente excepcional, de una sabiduría tan particular y brillante, no es evocado en primer lugar (aunque también, qué duda cabe) por su genialidad sino por su bondad, su amor, su entrega, su sentido del humor, su generosidad, su cercanía, su sencillez… Cuando tu inmensa calidad humana pasa por delante de tu incontestable valía en este aspecto, entonces, mi querido Marcelo, mi maestro, mi terapeuta, mi compañero, mi colega, mi amigo, creo que poco queda por decir.

Gracias por tanto. Sé que soy mejor persona de lo que era porque me encontré contigo.

Y ahora, cuando la última pincelada ha completado el cuadro y podemos contemplarlo resplandeciente, confío en seguir aprendiendo de lo que en nosotros sembraste y de cómo has sido hasta el final.

Por cierto, no tienes ni idea de lo que significó para mí la última vez que nos vimos. O quizá sí, quién sabe.

Buen viaje a la luz, querido Marcelo. Están siendo días de dolor y plenitud a partes iguales e igual de extrañas.

Un recuerdo especial para Cele y Tatiana, tus grandes amores, como dice Juana y yo no podría decirlo mejor de otro modo.

Un día remarcaste lo muy identificado que te sentías con la frase de Terencio “Nada humano me es ajeno”. Y muchos damos fe de que así ha sido. Que así sea para todos.

Gracias, maestro, te llevo en el corazón.

Marian Quintillá

PD._ Y cuando, hace ya mucho tiempo, Rosa y yo nos planteamos empezar a andar el camino del Guerrero Interior, a buscar y a desarrollar ese trabajo que se ha convertido en uno de los aspectos del ser humano en los que más hemos acabado profundizando, quedamos contigo una mañana y nos la pasamos charlando los tres sobre este tema, principalmente escuchando nosotras lo que tú tenías para decirnos (en realidad, habíamos ido sobre todo a eso). De todo aquello – fueron varias horas intercambiando pareceres -, nos llevamos de una manera especial el regalo de la fragilidad, ese estado que permite que las personas nos encontremos verdaderamente y pueda surgir algo nuevo. Cada vez que hablamos de ello en cada una de las ediciones del taller del Guerrero Interior, te nombramos y les explicamos a los participantes que esta parte del planteamiento es literalmente tuya. Ya imaginarás que a partir de ahora vamos a hacerlo, si cabe, con mucho más amor, emoción y gratitud.