Desnúdate de sauce, de sus lánguidas ramas, y viste de saúco, de todos sus brebajes
en el hervor del tiempo, sobre el papel en blanco,
para pisar suavemente la niebla, y a tientas adentrarte hacia fuera,
hacia el borde del mar,
y allí junto a la arena, sobre la boca que devora la albura de los nardos marinos
derramarte
como si desclavaras de su azar infantes perdidos y entregados a todos sus venenos,
antes del sudor negro, del oscuro temblor del alquitrán.

Retrocedió el camino presa de la nostalgia, y se encontró la casa
que creía humeante, extinta, no habitada,
silenciosa como un animal sordo,
con los muebles y libros, los objetos traspasados de tiempo,
heridos por la luz
que un día diera forma visible a unos trazos de vida.

Vive, pon en un jarrón de agua como un ramo de rosas exquisito
tu alegría de hoy.
Rompe las verjas que han crecido en tus ojos, porque el dolor está encerrado
en este día en el desván de tu memoria, y de momento no comerá en tu plato,
ni impedirá que ofrezcas esta estrella de letras palpitantes, que has horneado
adentro
para quien quiera disfrutar de su luz.

Y a pesar de la niebla que ha velado los ojos, que ha apagado los labios,
se oyen temblar en la otra orilla las notas de un violín puliendo el aire,
llenando el fondo hueco de mí misma, abriéndome los párpados,
diciéndome los soles y los cauces que esperan palpitando entre tus manos,
y yo me ofrezco sin volver la cabeza, la traspaso, riego los verdes frutos cargados de promesas,
aguardo a mi vendimia, me exprimiré, fermentaré en tu cuerpo, seremos
la placidez del vino en el invierno, nos beberéis dichosos, habiendo nosotros ya bebido
una lluvia muy clara que lave de su sombra a las cenizas.

(De A pesar de la niebla, In-verso, 2018)