VI
Miro los ojos bajos del caballo y siento
un remanso remoto en sus pupilas
como si procediera de una estrella extinguida
o de aquella quietud del girar árido
de un antiguo planeta
de cuyo vientre creció un día el agua

Observo atentamente esa serenidad
que ha recorrido círculos de un tiempo
que tú no puedes comprender
porque piensas
y aún te crees alguien
y por saberte aún sufres:

Bajo la majestad del vuelo de las aves
Sobre la gravedad candente
del fuego y los metales
Con tus manos y con tus torpes alas
de animal de tierra y soledad:

que no puede evitar mirar encima
de allí en donde la lluvia nace

                      IX
Y tú poeta intentando avanzar
por las espesas arenas del desierto
nómada develándote en éxodo continuo
hacia la sed de hacerse fuente y de brotar
mujer hombre persona

Árbol diseminado por algún espejismo:
silente observador que a nuestro errar asiste

Él como tú permanece
mientras una retina los absorba
y aquel pliegue de las ramas internas guarde
esa leve hendidura de alguno de ambos pasos
o un fulgor entreabriendo una palabra tuya

Ni él ni tú pueden salvar a nadie
ni esperar salvación:

aunque las manos de sus brazos secos
parece que quisieran rasgar el firmamento

(De Hacia lo abierto, 2011)