Hace mucho tiempo que tengo ganas de entrar en esta página a hablaros sobre mis amigos escritores y sus nuevos libros pero no encuentro el momento (sigo confiando en hallarlo). Hoy, sin embargo, sí que vengo aquí, aunque va a ser por un motivo bien distinto.

Conocí a Dolores Suyama en los primeros años del presente siglo. En Internet. En aquellos chats de Yahoo y MSN en los que las dagas volaban a diestro y siniestro mezcladas con el inevitable amor que surge siempre que cierta cantidad de humanos coincide en el mismo sitio. Hallé a gente estupenda repartida por todo el mundo de habla hispana a quienes guardo un verdadero afecto, con los que coincidí y discutí a partes iguales, de los que aprendí mucho. Me asombré profundamente ante un frecuente tipo de bestias llamadas trolls que se metían en las conversaciones con el único fin de reventarlas violentamente, lo cual me daba escalofríos al entrever lo frustradas y envenenadas de odio que podían andar tantas personas por la vida y lo capaces que éramos todos de deshumanizarnos los unos a los otros. Tengo entendido que todavía existen.

Dolores, un fascinante compositor español cuyo nombre evitaré desvelar porque prefería ser conocido en redes tras un seudónimo, y yo misma formamos un trío de buenos amigos que compartíamos nuestras inquietudes espirituales y las vicisitudes de nuestras vidas, debatiendo en torno a las primeras y acompañándonos en las segundas. A él, todavía lo extraño.

Hacía poco que yo había perdido a mi madre. Hacía poco que Dolly había perdido a su hijo. Ella estaba en Miami. Yo, en Barcelona. Chateábamos durante horas, no pocas veces hasta las 3 o las 4 de la madrugada, hora española, debido a mi naturaleza nocturna e insensata. Y lo que sucedió durante aquel tiempo me permite actualmente llamarla mi querida amiga.

Mi muy querida Dolly, mujer polifacética, escritora y pintora pero sobre todo madre, esposa, hermana, abuela, amiga…

Os confesaré que por entonces intentaba conocer también a Tin a través de lo que de él había en Internet. Tin era el hijo que Dolly había perdido. Jorge Agustín Suyama García, también conocido simplemente como Jorge Suyama o como el Chino, por su ascendencia mezcla de japonesa y venezolana. Me parecía creativo, inquieto, lleno de talento y fácil de querer. Había por entonces una página llamada Literaberinto, actualmente desaparecida, en la que él y sus amigos habían volcado escritos y pensamientos. Recuerdo leerla con disfrute, un gran respeto y tristeza. Recuerdo Parque Cristal.

Encontraréis fácilmente en la red a Jorge Suyama como teclista de la conocida banda de rock venezolana Alban Arthuan, fundada en Caracas, en enero de 1994, por él mismo, Daniel Esparza, Alberto Iacobellis, Vincenzo Vitulli y Luis Esparza, y que muchos años después de aquel momento de eclosión artística continuaba siendo considerada uno de los símbolos y pilares más importantes del rock sinfónico en Venezuela.

Pero encontraréis mucho más fácilmente a Jorge Suyama en el interior de todas las personas a quienes llegó a través de su vida o, como es mi caso, de su muerte.

El pasado 14 de julio – hace dos días – se cumplió el aniversario de su fallecimiento. In memoriam, Dolores publicó en Facebook un breve relato inspirado en él, que forma parte del libro ya a punto de ser publicado «Cuentos, relatos y reflexiones».

A mí me ha conmovido. Ella ha sido tan amable de permitirme compartirlo aquí:

EL ANILLO

Aquel sábado al atardecer, la “Plaza de los Museos” estaba llena de jóvenes que salían de un concierto en el Ateneo de Caracas. La chica se detuvo frente a un puesto en el que ofrecían artesanías de plata. Se puso a revisar los anillos, probándose uno a uno. Junto a ella había un muchacho que llevaba un teclado a la espalda.

– Este es bonito, pero me queda algo grande… – le dijo ella al vendedor.

El joven del teclado le sugirió

– ¿Por qué en lugar de ponértelo en el anular, no lo pruebas en el índice? ¡Se ve hasta más llamativo!

La chica lo cambió de dedo y le encantó como lucía.

– ¡Tienes razón! Pero… es muy caro, no me alcanza… agregó con tristeza.

– ¡Quédatelo yo te lo regalo!

Metió la mano en su bolsillo, sacó un billete todo arrugado y lo pagó.

– Qué lo disfrutes ¡te queda hermoso!

Y sin esperar siquiera las gracias, se encaminó hacia la casa de su abuela en La Florida, pues se acababa de gastar el dinero del pasaje, su andar era rápido y ligero como el de alguien que disfruta la vida y la bebe en cada sorbo de aire que respira.

El vendedor le dijo a la muchacha.

– ¡Qué suerte tuviste! ¿Sabes quien es él? Es el tecladista de «Alban Arthuan», la ganadora del Festival “Nuevas Bandas” y que fue Telonera de Toto.

Después ella supo que él murió. Sus amigos le hicieron un homenaje, al cual asistió usando su anillo en el dedo índice. Nunca más se lo ha quitado, ni siquiera el día que se casó, ni cuando parió a su hijo.

A veces lo recuerda alejarse con su caminar casi ingrávido y entonces sonríe y piensa que fue un ángel que se cruzó en su camino…

Dolores Suyama. Del libro «Cuentos, relatos y reflexiones»

Gracias.
Marian Quintillá