Están secándose mis dedos
y las palabras no brotan
como antes.
Tanta soledad sin compartir,
tanto sosiego,
son enemigos de la abundancia
del verbo, que se esconde,
esquivo,
ve a saber en qué recovecos
de este cuerpo mío,
de tu espalda y la Vida,
o de mi casa
y las calles vacías.
Yo no lo encuentro,
por más que lo busco;
ni siquiera deseo que vuelva,
por ahora.
Este silencio me envuelve,
me abraza y,
si me dejo,
me lleva a lugares
que no pueden describir las palabras.
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